martes, 13 de julio de 2010

El Azote de Holanda



Que se vea bien la foto que muestra el salvajismo de uno de los jugadores de la selección holandesa, De Jong, y la patada que propina en el pecho a Xabi Alonso, jugador de la Selección Española.

Tras la resaca de la victoria y de las derrotas, ha llegado el momento de hacer balance —y no solo para averiguar por qué se perdió— por parte de las federaciones de fútbol de todos los países que han intervenido en Sudáfrica 2010. También deben hacerlo la FIFA y, por supuesto, las federaciones de árbitros.

Si algo ha quedado en evidencia en este Mundial, es el juego sucio empleado por la mayoría de las selecciones que han participado, deseosas de ganar a cualquier precio. Conviene recordar aquí, que el deporte ha sido presentado siempre como un manual de buenas maneras y que deportividad significa ajustarse a las normas de corrección —del deporte, se entiende— o sea, aquella antigua máxima con la que crecimos muchos, —yo también— que decía que lo importante era participar.

Este Mundial me ha dejado la certeza de que lo importante solo era ganar. Y tampoco me parecería mal, si se hubiera jugado sin la obsesión de romper las piernas a los contrarios. ¿Cuál hubiera sido la sanción para un jugador que hubiera conseguido enviar a casa, a Iniesta o a Villa? ¿La expulsión? ¿Tres o cuatro partidos sin jugar en encuentros internacionales?… ¿Y ya está?

Considero que la sanción es insignificante; la expulsión del jugador se debería producir cuando comete faltas que van contra el reglamento, pero si esas faltas son claramente atentatorias contra la seguridad de jugadores contrarios, quien debe ser expulsado es el equipo entero y el jugador debería ser procesado penalmente, como pasaría de pegarle esa patada a alguien en plena calle... ¿O acaso el fútbol está por encima de la Ley? La patada que ese bárbaro propinó a Xabi, podía haberle hecho mucho daño. Frente al juego sucio de varios jugadores, tarjeta roja a todo el equipo. Como es frecuente en el colegio, en que castigan a toda la clase si uno solo de los alumnos habla o tira pedacitos de papel al resto.

Si uno o dos jugadores de un equipo lesionan de forma flagrante a los considerados arietes del equipo contrario, —los que pueden determinar la victoria— el suyo debería ser descalificado para seguir jugando ese torneo. Si un jugador lesionado puede condicionar que su equipo no gane, el jugador que le lesionó y su equipo tampoco deben seguir participando. Sólo de esta manera, los clubes tomarían medidas drásticas para que las buenas formas volvieran al terreno de juego. Los amantes del fútbol, solo ansían ver jugadas maestras, habilidad con las piernas y la cabeza manejando el balón, buenos goles, buenas estrategias… pero no patadas y cabezazos de sinvergüenzas que se llaman a sí mismos futbolistas. Eso no es fútbol, porque rivalidad no es sinónimo de agresividad. O bien cambiamos las reglas para que metan los goles a cañonazos. Se lleven a quien se lleven por delante.

Sumamente definitoria la crónica para El País de Cayetano Ros, que no tiene desperdicio.
“España […] aguantó todo tipo de emboscadas para proclamarse campeona del mundo. Siguió fiel a su estilo hasta el final. Nunca se arrugó. A pesar de que fue el equipo más golpeado del Mundial, sufriendo 134 faltas en siete partidos, en una media de casi 20 por encuentro y propiciando que los rivales recibieran 24 tarjetas amarillas y dos rojas.

Alemania fue el único que jugó y dejó jugar a España. Cometió tan solo nueve infracciones por siete de los chicos de Vicente del Bosque en el cruce de semifinales. Como consecuencia, resultó la actuación más fluida de los españoles, la única en la que pudieron mostrar su fútbol de salón. El resto fue un campo de minas. Y el camino a sus sucesivos adversarios se lo mostró Suiza, con 17 faltas y cuatro amarillas. Honduras cometió una menos, 16, mientras que la agresiva Chile lo ascendió a 21. El cuadro de Marcelo Bielsa marcó la media más alta de infracciones, 20 por encuentro, mientras que Corea del Norte fue la selección más limpia, con 9 de media. En un puesto intermedio se situó Portugal, con 19 faltas en la cita de los octavos de final frente a España. Paraguay llegó con el mazo en el cruce de cuartos y se alzó con el récord de 23. Nadie parecía capaz de superarlo hasta que Van Marwijk reunió a sus hombres y les dijo que esa era la única manera de ganarle a España. Y a punto estuvo de conseguirlo, de haber estado más fino Robben en las dos visitas a Casillas. […] ‘Tenemos una misión desde hace dos años’, no se cansaba de repetir Van Marwijk, sin especificar que estaba dispuesto a ganar a cualquier coste, de cualquier manera, aun traicionando las esencias del fútbol holandés. Aquellas que convirtieron a los perdedores del 74 y del 78 en ganadores morales para generaciones de aficionados.”

Una vez acabado el Mundial, todo el mundo parece estar de acuerdo pues, en que las buenas maneras no se han dado en el terreno de juego de Sudáfrica 2010, salvo por la selección alemana. Los organismos responsables deben hacer ahora una autocensura de los malos modos mostrados por sus jugadores y entrenadores, —estos últimos, responsables en última instancia de alentar e incluso mantener sobre el terreno, a ninjas más que a futbolistas— que han difundido por todo el mundo cuál es su auténtica catadura deportiva.

No será necesario decir que si fuera holandés me sentiría avergonzado de mi selección, porque eso ya lo han dicho unos holandeses de nacimiento.

Johan Cruyff, analiza en su Blog para El Periódico de Catalunya las claves de este Mundial y afirma, por ejemplo, que sus compatriotas “…no han querido el balón. Y, lamentablemente, tristemente, han jugado muy sucio. Tanto que merecieron quedarse con nueve [jugadores] muy pronto, pues hubo dos entradas feas y duras que me hicieron daño hasta a mí. Me dolió […] que Holanda escogiese un camino feo para aspirar al título”.

Después de estas reflexiones de Cruyff, pienso seriamente si su colega en el banquillo, Bert van Marwijk —que quería ver pasión (¿agresividad?) en sus jugadores— no debería pensar quizás en dimitir. O tal vez debieran destituirle, como responsable final de ese mal juego, al no retirar del campo a unas bestias salvajes con botas de fútbol.

Otro holandés, Patrick Kluivert, está “avergonzado e indignado con la imagen que ha dado su selección. No puede creer que Holanda, la dulce Holanda, cometiera tantas faltas, 28, algunas de ellas de suma gravedad.” El juego de la selección holandesa “supuso una ruptura muy brusca con la tradición holandesa y no se puede hablar de espontaneidad de los jugadores de la oranje, sino de premeditación.” Y para confirmar esto, De Jong, el mediocentro del Manchester City que había clavado los tacos de su bota derecha en el pecho de Xabi Alonso, muy dolorido tras la final, confesó que "a España solo se le puede jugar duro, áspero".

En cuanto a los arbitrajes, Cruyff afirma en el mismo Blog que “[…] el inglés Howard Webb puede generar en nosotros un estado de indignación tal, que es necesario hacer un comentario. Porque se puede arbitrar mal, equivocarte, pero lo que no se puede es crear tu propia justicia y, peor aún, inventarte una aplicación demasiado personal del reglamento. No solo dejó de expulsar a dos holandeses (incluso Robben mereció la segunda amarilla) sino que miró para otro lado en los momentos en los que debió implicarse. Una final de la Copa del Mundo merece un gran arbitraje y, sobre todo, merece un árbitro que se atreva a hacer todo lo que implica ser juez.

Creo que ha llegado el momento de dejar de hablar de fútbol, porque como comenté en un artículo anterior, no me gusta. Y ahora estoy más convencido.
Sé que se puede jugar bien sin entrar a matar en cada jugada de riesgo. Pese a ello, seguí la Final con curiosidad. No había visto nunca tanta violencia en un deporte después del boxeo, que tampoco me gusta. Así que España no solo mereció ganar por su buen juego, sino por la suciedad del juego de Holanda, que no pudo romperle las piernas a Iniesta, pese a que lo pretendiera, antes de que el manchego sentenciara el partido. La Mancha no solo produce mujeres bonitas, buenos quesos y buenos vinos,… también pergeña en sus tripas auténticos caballeros del balón como Andrés, el pálido de Albacete,… el Azote de Holanda. Espero que el resto de los holandeses, sienta tanta vergüenza de su selección —ni siquiera merece que se la escriba en mayúsculas— como esos dos compatriotas referidos, sin duda dos buenos futbolistas. Si en Holanda crece el clamor de la afición en contra de ese mal juego de sus representantes, es muy posible que el país de los tulipanes vuelva a ser la dulce Holanda y hasta puede que consiga reinar, al fin, en 2014.

Pero por pura simpatía, desearé que no sea así, ya que mi corazón volverá a estar con 'la Roja'... aunque no me guste el fútbol.

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lunes, 12 de julio de 2010

Si ‘la Roja’ gana, tú… ¿Ganas?

Creo que pasados los efectos de la victoria de ayer de la Selección de España ante la Selección de Holanda, en la disputada Final de la Copa del Mundo, y una vez los jugadores regresen con la copa y se den un baño de multitudes —sin duda merecido— es cuando más ciudadanos se van a despertar con la indignación por la forma en que determinadas marcas y centros comerciales les han tomado el pelo sin ningún tipo de pudor.

Las asociaciones de consumidores ya advertían hace días, más o menos desde cuando España pasó a la Final, que estuvieran atentos a la posibilidad de que les negaran la devolución del dinero invertido en compras, si España ganaba. Y España ganó. Pero con esa victoria, vendrán las subidas de temperatura por parte de los ciudadan@s que no vean satisfecho el ‘compromiso’ adquirido.

La cadena Media Markt lanzó la campaña ‘Si España lo gana todo, tú lo ganas todo’ por la que ‘si comprabas en Media Markt una televisión desde el viernes 4 de junio hasta el lunes 7 de junio, un proyector o un monitor TFT, te devolverían el dinero si la Selección Española de fútbol ganaba todos los partidos de la primera ronda del Mundial de Fútbol de Sudáfrica y se proclamaba campeona.’

Está claro que España no lo ganó todo, porque perdió ante Suiza, así que, quien no le prestara atención a ese ‘pequeño’ detalle, no podrá reclamar nada por más que tampoco podrá dejar de sentirse engañado. Si se gastó mil euros en un buen televisor para ver cómo sufría ‘la Roja’ ante ‘la Naranja’, ahora tendrá que sufrir porque no podrá reclamar ni un chavo.

Toshiba promocionó su campaña en la que decía ‘Compra un nuevo portátil Toshiba con el nuevo procesador Intel Core i5 del 2010, o un televisor Toshiba, y si España gana la final te devolvemos todo tu dinero’… Pues Toshiba, ‘está negando el importe de los ordenadores portátiles y televisores de su campaña 'Si la Roja gana, tú ganas' a los usuarios que no se registraron en su página web, según informa Facua que ‘se ha dirigido a Toshiba advirtiéndole que su publicidad no indicaba que fuese necesario realizar un registro en Internet’.

De España se ha dicho muchas veces que es un país de pandereta y parece que algunas firmas lo han asumido como una buena manera de tomarnos el pelo descaradamente.

Saben perfectamente que pocas veces —por no decir ninguna— leemos la letra pequeña —siempre tan pequeña, que no podríamos leerla sin ayuda de un microscopio y con un abogado al lado— de las promociones o contratos. Y así nos va. Nos la dan con queso una vez sí y otra también.

Yo suelo rehuir de este tipo de reclamos, porque una vez enganchado, es muy difícil salir sin indignarte; pero lo que tengo claro, es que empresa o marca que me la juegue, me la paga. Quiero decir, que sea lo que sea que me propongan en lo sucesivo al engaño, aunque lo regalen, no seré yo uno de los ‘afortunados’. Paso.

Un ejemplo de ello, es una experiencia que tuve con una operadora de telefonía móvil —aquí la puedes leer— a la que suelo despachar siempre que me llaman para venderme la moto. Sobre estos episodios, me acojo a una máxima: si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas otra vez, la culpa es mía.

Las compras no deben ser nunca impetuosas; hay que racionalizarlas, valorando siempre si de verdad necesitamos lo que compramos, si el artículo es el que se ajusta a nuestras verdaderas necesidades —no comprar un televisor de 80 pulgadas para colocarlo a 2 metros del sofá— y sobre todo, si la tienda nos garantiza la devolución del dinero si no quedamos satisfechos, juntamente con los días de que disponemos para probarlo —hay quien te da una semana y hay quien te da dos, o tres o un mes— y un detalle importante, si el televisor de marras no está ya desfasado y en cuatro días podríamos adquirir uno mejor por 50 euros más.

Ayer sufrieron con el partido muchos aficionados… hoy tendrán que sufrir con la tienda o marca que, moralmente —aunque legalmente no sea así— les ha ‘engañado’. La diferencia es que pese al sufrimiento, ‘la Roja’ cumplió al final con sus expectativas; la publicidad, les manipuló sutilmente haciéndoles creer que ganaban algo, cuando en realidad lo perdían todo.

Bueno, todo no, siguen teniendo un televisor o un ordenador.

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España renace en África. ¡FELICIDADES!



Si hay algo que escucharemos mucho durante las próximas semanas, es que los héroes de la 'la Roja’ fueron niños sencillos que dejaron en la memoria de sus convecinos gratísimos recuerdos, que ahora compartirán con nosotros desde los escenarios de todas las televisiones, deseosas de rellenar sus parrillas con las anécdotas vinculadas a estos magníficos jugadores.
Habrá de todo, quiero imaginar. Hablarán sus profesores, que destacarán que eran unos magníficos estudiantes pero mejores futbolistas, que ya apuntaban maneras en el patio del colegio.
Hablarán sus amigos, que repetirán mil veces lo orgullosos que se sienten de tenerles en su círculo íntimo.
Los padres, abuelos, tíos y primos, nos contarán todas esas cosas que de otra forma no podríamos saber —atención a lo que cuenten, y sobre todo cómo lo cuenten, los abuelos— porque forman parte del lado invisible que todos tenemos y que de otra forma nunca conoceríamos.
Puede incluso que alguna novia, que ya no lo es, nos cuente alguna de sus miserias —de las de ellos, se entiende— porque todo vale para ganar dinero fácil en esta era del televisor y los chismes, porque así es más fácil conseguir después una buena oferta para posar desnuda en una revista o hacer de comentarista en la tele y porque es difícil imaginar que exista alguien, por muy héroe que sea, que no tenga algún pecadillo inconfesable, generalmente ligado a unas faldas. O unos pantalones, qué más da; en el amor nod eberían haber diferencias.
Todo eso es circunstancial, diría yo. Nadie puede librarse de las torpezas y equivocaciones que pudiera cometer en sus años de inexperiencia y locura, propias de las hormonas alborotadas y de la edad en que se suelen cometer y además, parece razonable que ese sea el mejor momento para equivocarse; después, ya adultos, todos ‘debemos’ ser conscientes y responsables de nuestros actos.
Pero lo que este grupo de hombres ha logrado hoy, es sin duda una gesta que entrará en los libros de historia de forma bien merecida.
Ha sido una victoria agónica, en el último minuto, pero el triunfo de España ante Holanda en la Final de la Copa del Mundo - Sudáfrica 2010, es una gesta que ha logrado la unidad entre hombres y mujeres de diferentes regiones y países deseosos de su victoria. Aunque solo fuera por el número de almas en todo el mundo ansiosas de que ganara nuestro Selección, ya merecía ganar. Y además, ganó. Sin ningún género de dudas, 'la Roja’ despierta más simpatías que la ‘Naranja Mecánica’, que hoy nos hizo condenar el mal juego. Pero también por eso, el triunfo se lo han obtenido a golpe de balón, porque esta es con diferencia, la mejor Selección que hemos tenido nunca. Hasta Larissa Riquelme, ‘la Novia del Mundial’, se ha declarado fan de 'la Roja’. Ya conocemos la historia: siempre nos tumbamos al sol que más calienta. Pero que Irán haya suspendido hoy definitivamente la lapidación de la mujer condenada por adulterio, hace más grande esta victoria. Permítame que intercale esta noticia, porque sin duda, es una gran noticia para todas las mujeres, en el día de una gran gesta realizada por hombres.
Hemos visto la gran unidad en torno a nuestra selección... ¡Ojalá fuéramos capaces de unirnos con la misma fuerza, en otras cosas que también merecen nuestro apoyo!
No sé por qué, la contienda hoy terminada y que no tendrá nueva réplica hasta dentro de cuatro años, —quién sabe si con un nuevo triunfo español— me ha recordado el enfrentamiento entre España y los imperios más poderosos de la época, en la que se conoce como Guerra de Flandes.
Pero en esta ocasión, la batalla no se libraba a cañonazos o con arcabuces, lanzas, espadas y picas, sino con un balón. Nuevamente, los contendientes fueron muchas de las naciones que intervinieron en aquella colosal batalla…
Y nuevamente, cuatro siglos después, España ha puesto otra vez una pica en Flandes.
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viernes, 9 de julio de 2010

Distintos y pese a todo iguales.

La hazaña de Puyol anoche en el partido de semifinales contra Alemania, fue toda una proeza. Vamos, que la ‘Roja’ ganó a los prusianos por una cabeza… muy bien amueblada según he oído, porque, aunque este héroe del que hoy habla el mundo entero trabaja habitualmente en la misma ciudad donde resido, nunca he tenido la oportunidad de tratarle.
Confieso que anoche no pude resistir diversos impulsos, que me llevaron frente al televisor de vez en cuando mientras duró el partido, pero sobre todo, cuando algunos amables vecinos míos prendieron fuego a la mecha de varios cohetes. Esa era la señal esperada, el aviso de que el gol se había producido. Obviamente, como no hubiera podido ser de otra manera, esas tracas celebraban un gol de los nuestros.

Durante las intervenciones magistrales de San Iker —que estaba por la labor y no por la Carbonero—, la ventana abierta —porque el calor era bochornoso— permitía que se colaran los ¡uyys! de miedo ante el peligro afortunadamente atajado por El Santo —si esa intervención certera de San Casillas hubiera sido en un partido contra el Barça, las exclamaciones hubieran sido de rabia y, si en cambio hubieran conseguido burlarle, habría oído bastantes cohetes— porque como es lógico, El de Móstoles era anoche el mejor portero del mundo, el que no debía permitir que por la puerta al infierno que él vigilaba, se colara ni una sola vez el diablo. Por cierto que, me pregunto si el Ayuntamiento de Casillas —la ciudad abulense— nombrará algún día a este hombre Hijo Predilecto, porque he leído por ahí —o sea, por aquí— que El Águila de Móstoles tiene sus orígenes en Navalacruz, un pueblecito de Ávila. Quede claro que no sé si ya lo ha hecho, pero por si acaso, aquí queda la idea. Además, como el pueblecito no llega a los 50 Km2 de superficie y según he visto sus habitantes no llegan a los 300, eso le permitiría quedar mejor situado en el mapa, porque ya sabemos lo que consigue una estrella del fútbol que además es el novio de una chica guapísima y en la era del marketing, hay que jugar con todas las cartas en la mano.

En fin, que ahí estaba yo. Sin querer ver pero sin poder dejar de ver ese partido tan importante para nosotros. Entretenido escribiendo algo, y con las parabólicas orientadas a la ventana, cuando sonó el esperado cohete. Un vistazo al televisor y a la repetición de la jugada oportunísima del tiburón —como le llaman sus compañeros— que tenía perfectamente claro dónde poner la cabeza. Y marcó. Tal como había adelantado el cohete. Por descontado, luego explotaron muchos más porque la ocasión lo requería. Y bueno, pues está muy bien eso de celebrar una victoria como la de anoche. Solo me hubiera gustado, que el pesado que decidió colocarse bajo mi ventana tocando de manera intermitente una vuvuzela, se hubiera paseado mientras lo hacía por el resto de la ciudad, que es bastante grande, porque cuando uno se erige en pregonero de una buena noticia, la tiene que dar a conocer a todo el mundo y no solo a unos pocos. Hasta la una y media de la madrugada no se quedó sin fuerzas para seguir tocando y hasta esa hora, yo no pude dormir más de dos minutos seguidos, que era el tiempo de descanso que se tomaba entre berrido y berrido del instrumento, el nombre de cuyo inventor sea olvidado de la memoria colectiva. Estuve a punto de asomarme para decirle que yo también me alegraba de que España hubiera ganado, pero que le fuera a tocar la vuvuzela un rato a…
Deseo que España merezca nuevamente ganar —y gane— el domingo. Pero sobre todo deseo, que este pesado se busque un desierto para predicar su alegría a los lagartos y las piedras, o que se valla a Casillas como pregonero… —que para conocer las noticias, ya están inventados los medios de comunicación…— si no, el lunes no habrá quien me levante.

Estoy muerto de sueño, y no quería escribir nada hoy, pero esto de escribir es como el comer y el rascar: basta con empezar.
Buscando por los diarios, veo que hay más vida después del fútbol —afortunadamente— y me entretengo un ratito viendo las fotografías a todo color de esa modelo paraguaya de nombre Larissa Riquelme —cuyo nombre encabeza las búsquedas en Google—, la 'Novia del Mundial', como la han llamado en los portales de Internet. La chica en cuestión prometió desnudarse si ganaba la Selección de su país, pero como no ganó… pues se ha desnudado también. Moraleja: Si alguien promete dar algo a cambio de algo, es muy probable que acabe dándolo todo a cambio de nada. Había pensado poner aquí una de sus fotos para que os entretuvieseis un ratito, pero como también escribo pensando en que pueden haber niños levantados —en realidad, en el ciberespacio el día nunca acaba—, pues no la pongo. En su lugar, colocaré otra que sé que os gustará más y que puede que os incite a recorrer España —ya que os gusta tanto nuestra Selección…— y sus pueblecitos perdidos en el mapa. ¿A que está muy bien pensado?


¿A que hace evocar un lugar maravilloso donde pasar un fin de semana con el móvil apagado?
Pues nada, me permito invitaros en nombre de su alcalde: www.casillas.es

Parece que la visita del Ministro Moratinos a Cuba también ha dado sus frutos —el mundo no se paraliza por el fútbol— y después de que el gobierno de La Habana haya decidido excarcelar a 52 presos políticos que forman parte del grupo de detenidos de la llamada Primavera Negra de 2003, el disidente Guillermo Fariñas, en huelga de hambre y sed desde el 24 de Febrero pasado, ha decidido abandonar su protesta. Quizás aún queden esperanzas para el pueblo cubano.

El día de hoy, pese a todo, ha sido también el que nos ha permitido conocer más formas de cocinar el pulpo. A mí particularmente, me gusta más a la gallega, tal como lo preparan en ‘Casa Pepe’, www.restaurantecasapepe.com, un restaurante de Santa Coloma de Gramenet en Barcelona que no cabe en su propia web, ya que es enorme, —no puedo ir a Galicia todos los días— donde se come de vicio, aunque también me gusta en salpicón… Pero al Pulpo Paul, que ni lo toquen. Ese pulpo pitoniso no puede volver al mar, porque fijo que acabaría en las redes de algunos pescadores que se lo venderían después a Pepe, quien lo cocinaría para que luego se lo comieran sus clientes —quizás yo entre ellos— que no sabrían que estaban cometiendo un pulpicidio, eliminando de paso el mejor amuleto de nuestra Selección… ¡No! Paul tiene que llegar a la vejez con sus ocho patas pegadas a la cabeza, en una gran pecera en la que por no faltar, ni siquiera le escatimen la presencia de una —o dos, o tres… o las que hagan faltan, porque no sé yo si los pulpos son polígamos o qué— bella y exótica pulpa —aunque no de tamarindo— con la que pueda aventurar nuevas predicciones o con la que pueda bucear agarrado de un tentáculo —y con las ventosas bien prietas— mientras con los otros siete hace lo segundo que mejor sabe hacer: el pulpo.
Parece que hay por ahí gente que no sabe perder y que ya están culpando al octópodo de su derrota. La verdad escuece, pero es imperioso entrar en contacto con ella de la forma que sea, y cuanto antes, mejor.

Y me voy a dormir, porque sospecho que el de la vuvuzela estará hoy cansado y afónico y no vendrá por tanto a darme de nuevo la serenata, así que esta noche me desquito.

Pero antes de que me caigan los párpados como plomos por el cansancio, creo que aún podré decir que lo que hoy me ha puesto la carne de gallina es el titular que dice que ‘El 41% de los alumnos se cambiaría de sitio si supiera que su compañero es gay’… ¿Esto puede pasar en la época en que más información tenemos sobre todo y si no la tenemos es más fácil de encontrar?
Honestamente creo que hay una gran dosis de hipocresía en esta cuestión, salpicada de muchas más de ignorancia. ¿Qué puede hacernos un gay si nosotros no lo permitimos? ¡Nada! Por eso los tenemos sentados al lado y no nos enteramos. ¿Qué cambia entonces al saberlo? ¡Nada!
¿Qué tememos pues realmente de ellos? ¿Que se nos contagie?
Creo que a este 41% de alumnos ignorantes, se les tendría que haber preguntado por sus notas, por el número de conversaciones profundas que tienen con sus padres y después con sus profesores —para contrastar, porque a algunos padres habría que escuchar lo que dicen a sus hijos— y habría que preguntarles también cómo les gustaría que les trataran a ellos si lo fueran o lo fueran algunos de sus hermanos —porque seguro que responderían que ellos nunca serían eso—.

Diré que en casa primero y en los colegios después, hay todavía muchas cosas de las que hablar. Obligamos a nuestr@s hij@s a respetarnos porque como sus padres, nos deben eso. ¿Y si ponemos el mismo empeño en hacerles comprender que les deben igual respeto a los demás... a los que viven fuera del entorno familiar?
No obstante creo, que eso no arreglaría gran cosa. Durante décadas, he oído hablar y leído sobre lo maravillosa que sería la vida si lucháramos por un mundo en el que todos fuéramos iguales... Y ahí está el gran error. Puede que, en el fondo seamos ya tan iguales, que sin saberlo estemos condenados a repelernos eternamente. Es pura Física.

Pese a todo, los sentimientos de tolerancia que me fueron transmitidos desde la primera teta y las conversaciones y enseñanzas que sazonaron años después todas las comidas, me impulsan a seguir luchando, día tras día… Por un mundo diferente.

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miércoles, 7 de julio de 2010

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.

Siempre es un mal momento para morir, pero al comprobar cómo hoy las portadas de los diarios digitales vienen encabezadas con asuntos tales que ‘la propuesta por Bruselas de la edad de jubilación a los 70 años’, ‘la sorpresa del presidente de la Diputación de Alicante que no sabe de qué le acusan’, ‘la investigación en Francia al presidente Sarkozy tras el caso L’Oreal’, ‘el primer encierro, rápido y limpio, de los sanfermines’, ‘la entrega a EEUU por parte de Inglaterra del control de una conflictiva región afgana’, ‘los 356 millones que la Mutua Madrileña se deja tras su salida de Sacyr’, ‘un avión alimentado por luz solar despegue para volar durante 24 horas’,… relegando hacia casi el final de la página ‘la muerte de cuatro voluntarias españolas en un accidente en Perú’, me obligo a reconocer seriamente en que tuvieron un mal día para morir.
¿Cuál era el título de aquella película de Agustín Díaz Yanes…? ¡Ah, sí! «Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto». Lo triste es que casi no lo harán ni en el día en que han muerto, porque hoy todo el mundo hablará de fútbol y estará pendiente de si España gana o no gana a Alemania en el partido de clasificación para la final de la Copa del Mundo de Fútbol, en Sudáfrica.
Si España gana, se desatará la locura por la victoria y mañana —¡no habrá que esperar tanto!— nadie se acordará de ellas; si España pierde, mañana —en realidad hoy mismo— toda la afición estará tan ensombrecida que no dejará de pensar en si Torres podría haber hecho algo más, si Villa ha dejado de ser el chico maravilla, si Casillas hubiera parado el gol de no haber estado más pendiente de su guapísima novia, Sara Carbonero, la periodista deportiva más sexy del mundo y la que acapara casi más interés que la propia Selección por parte de los reporteros gráficos, encargados por sus agencias de hacer fotografías a la chica…
Pues hagamos nosotros lo contrario y sepamos un poco más de estas cuatro mujeres de las que casi nadie se acordará pasado mañana y que murieron en un ignominioso accidente de tráfico.
Hay muchas formas de morir, pero siempre me ha parecido que quien consagra su vida a una labor humanitaria, debe morir con honor, y si es que se puede morir con eso, creo que estas cooperantes merecían haber muerto mientras luchaban contra los efectos de un huracán, de una inundación, de un corrimiento de tierras, intentando sacar a unas personas de entre los escombros o simplemente por lo mismo que muere cada día el resto de la población a la que intentaban ayudar. Pero no de esa forma. Para eso no se fueron a Perú. Para eso bastaba España.
María José Such Ribes (valenciana, 31 años), Lorena Herrero Sevillano (almeriense, 27 años), Lidia Monjas Sierra (madrileña, 30 años) y Soraya Masías González (salmantina, 30 años) habían decido que la mejor edad para hacer algo por los demás, es la de la juventud... cuando se tienen suficientes años para haber trabado conocimiento de las carencias de tantos millones de personas en el mundo y mientras todavía conservan el ímpetu y la fuerza de los años jóvenes, necesarios para poder acometer casi cualquier empresa en la que no solo son necesarios arrestos, sino también una buena reserva de energías para poder contener la bilis que este tipo de experiencias empuja garganta arriba y que muchas veces nos hemos de volver a tragar.
Y si todavía no fueran lo bastante absurdas estas muertes, el hecho de que hayan sido personas tan jóvenes, lo hace aún más dramático.
María José, junto con su marido Alan Boluda, de Xàtiva (Valencia, 34 años), que ha resultado herido grave, se fue de cooperante con el deseo de hacer la vida un poco más fácil a gentes con pocas probabilidades de conseguirlo sin ayuda; el resto de las fallecidas se desplazó a Perú por idénticos motivos: Lorena, Lidia y Soraya además de una de las heridas, Dolores Sánchez Pérez (Almendralejo, Badajoz, 46 años), eran voluntarias de la ONG Señor de Huanca-Sembrando, y llevaban menos de 15 días en el país; habían pasado meses recaudando fondos en España hasta conseguir 2.600 euros para poder construir unas duchas para los niños en el proyecto que la entidad gestiona en la aldea de Quenco. Así que, tod@s, ayudaban a la mejora de las condiciones de vida de las poblaciones locales.
El resto de los pasajeros de la camioneta accidentada también son españoles —exceptuando al conductor, Marco Antonio Cajavilca de la Cruz, de 36 años, peruano— y están heridos, dos de ellos de gravedad. Silvia Albert Cruzana (valenciana, 32 años), Sergio Cerra Barbero (valenciano,33 años) y Martha Díaz Gonzáles, de 22 años y cuya procedencia se desconoce, se encontraban en el país para colaborar en un proyecto solidario en la zona durante el verano.
A mi no me gusta el fútbol, vaya eso por delante. No diré que me da igual quien gane, porque siempre digo que prefiero que gane el que más lo merezca. Lo contrario me parecería absurdo… tan absurdo como las muertes de esas cooperantes, que intentaron ayudar a las personas de esa zona a vivir mejor y no solo no lo lograron, sino que se dejaron el alma —literalmente— al despeñarse por un barranco de 300 metros. Así que, sin quebrantar mis ideas, diré que deseo que esta noche y la próxima noche —la de la Gran Final—, la ‘Roja’ sea, claramente, quien merezca ganar… Y por tanto gane. Aunque solo sea por el recuerdo de esas cooperantes entre las cuales, es muy posible que hubiese alguna gran seguidora de estos torneos; quizás incluso —me atrevo a ir más allá— alguna fuera fan incondicional de Torres, de Villa, de Xavi o de Iniesta…
Por ello espero que en estas dos noches que restan, las estrellas de la ‘Roja’ hagan los dos mejores partidos de sus vidas.
Las cooperantes se lo merecen. Primero porque se dejaron la vida en un barranco, mientras ponían sobre el pequeño mantel de la solidaridad, el gran corazón que tienen muchas personas de este país. Y segundo, porque ya que casi nadie hablará mañana de ellas, el día de sus muertes irá al menos ligado para siempre, a la primera de las dos victorias necesarias ya, para que la Selección se traiga la Copa del Mundo a casa, donde pronto podrán descansar en paz los cuerpos de esas magníficas mujeres.
Así que, muchachos, la victoria es vuestra. Pero para ello tendréis que sudar la camiseta. Ningún gran empeño está exento de sacrificio y esfuerzo.
Tanto, que a veces nos dejamos la vida en el intento.
...y finalmente ganó, de forma harto merecida. El domingo, a por la Final. Ahora, el gol de Puyol, que bien vale una Final Mundial... Por primera vez.



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martes, 6 de julio de 2010

Hospitales negligentes... Pacientes impacientes.

Una vez más, la enésima, un hospital es al parecer responsable de la muerte de una paciente, considerando que ha sido condenado a pagar 100.000 euros.

Según la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM), que ha condenado al Servicio Madrileño de Salud a pagar esa suma, parece probado que el Hospital 12 de Octubre descuidó la vigilancia necesaria y preceptiva, que pudo evitar que M. G., de 74 años, entrara en coma —estado en el que permaneció durante 22 meses— y falleciese después.

La operación parecía sencilla, casi rutinaria. Una artroplastia total de rodilla que le permitiría volver a caminar con soltura. La fecha era el 8 de enero de 2006. La operación fue bien, la estancia en reanimación también. Pero estando ya en planta, por la noche, entró en coma. Nadie se dio cuenta hasta la mañana siguiente.

Según los magistrados "El estado de doña M. requería un control más frecuente". Según un informe pericial "La cirugía fue impecable, y también la vigilancia durante las primeras 11 horas, pero el gran problema está entre las 12 y las siete de la mañana". En ese período, M.G. ya estaba en una habitación, en planta. Según el perito, en esas horas "no consta que se hayan vigilado, ni su estado clínico, ni sus constantes vitales. Lo que probablemente ocurrió en esas horas es un bache hipotensivo que llevó a la paciente a una situación anóxica irreversible". Es decir, que a doña M. ningún profesional le tomó la tensión durante toda la noche, así que cuando le bajó nadie se dio cuenta. Y entró en coma.

Tampoco su hija, que pasó con ella toda la noche, se percató de lo que sucedía. Parecía dormida. El perito señala que "al menos se debería haber ordenado una vigilancia constante en planta". Algo tan sencillo como "que pasara la enfermera cada dos horas y tomara la tensión", porque M. G. era una paciente "con alto riesgo de complicaciones", tal y como sabía el equipo que la atendió y también refleja el perito en su informe. Padecía obesidad mórbida, hipertensión y otras enfermedades. Además, en el postoperatorio le tuvieron que hacer dos transfusiones. "Si hubiera estado esa noche en reanimación, esto no hubiera pasado; al bajar la tensión la máquina habría pitado", afirma su hija, que añade que en la habitación "no entró absolutamente nadie en toda la noche". Hasta las ocho y cuarto de la mañana nadie advirtió que había entrado en coma. (El País)

Quizás por haberlo vivido de cerca, ya no me sorprendo de que estas cosas sigan ocurriendo. Aunque el grupo de enfermería que atiende una planta es muy reducido por las noches —se supone que porque hay poco trabajo, aunque también sospecho que pueda influir el deseo de no pagar más horas—, esa noche habrían no menos de cuatro personas al cuidado de los enfermos… o tal vez fueran dos, no lo sé, ¿qué hacían durante esas siete horas desde la medianoche? ¿Qué las entretuvo tanto que no entraron ni una sola vez en la habitación de una mujer sensible a los riesgos descritos y que acababa de ser intervenida? Quizás pensaron que no era necesario porque, como estaba la hija con ella, si surgía algún problema las advertiría. Craso error. Los hijos de los pacientes no tienen por qué ser expertos en enfermería para diferenciar un sueño apacible de un coma. Y desde luego, los acompañantes de los pacientes acostumbran a llevarse el bocadillo para una larga noche, el agua y hasta un poco de café en un termo también, —¿por qué rivalizarán en precios los hospitales con las discotecas, a la hora de fijar las tarifas astronómicas que cobran en las máquinas expendedoras o en las propias cafeterías por agua, infusiones y alimentos necesarios? ¿Es que piensan que uno cuando se aburre se dice “me voy al hospital a echar el rato y a tomarme un cafetito”?— pero no se lleva de casa un tensiómetro o un estetoscopio para entretenerse indagando cómo van las cosas en el organismo de su familiar. Así pues, ¿qué otras tareas tenían esa noche l@s profesionales de esa planta que motivaron que durante siete horas no pudieran hacer una visita rutinaria a M. G.? Pero si el perito lo tiene claro, nosotros también. ¿Ordenó el cirujano o bien el médico de guardia que se hicieran esas vigilancias durante la noche, o tal vez no era preciso porque eso ya forma parte del protocolo hospitalario? ¿Quién o quienes son los verdaderos responsables?

Bienvenida sea la condena, porque al menos deja claro que las cosas no se hicieron bien ese día en ese hospital y la justicia ha hecho ya lo único que se puede hacer en estos casos: cuantificar el valor de una vida perdida estúpidamente.

Pero, ya de visita en el hospital, desde luego no una visita deseada, recordemos todos esos aspectos que llaman poderosamente la atención a cualquiera que esté medianamente atento a los detalles y que convendría ir desechando cuanto antes.

Sin abandonar la planta donde estamos recluidos, muy a nuestro pesar, una de las primeras cosas que intentaremos hacer es, desde luego, no agobiarnos demasiado. Convendrá que antes de ingresar vayamos bien pertrechados de monedas, porque ver la tele no es gratis; hay que buscar ingresos como sea y una buena medida por parte de la dirección de todo centro hospitalario es saquear a los pacientes que quieran ver el telediario, el partido o la corrida de toros.
Además, estaría bien llevar una imagen del santo de nuestra devoción, a quien le pediremos con todo nuestro fervor que el acompañante de habitación que nos toque —sea en suerte o en desgracia— no sea un pejiguera, que no ronque ni nos ametralle por las noches con una salva de ventosidades pestilentes pero, sobre todo, sobre todo, que no sea el presidente del club de fans —o uno de sus miembros más activos— de Belén Esteban o Jorge Javier Vázquez, porque lo tendremos claro si queremos ver otra cosa en la tele, ya que su práctica habitual será inundar literalmente el monedero de la caja tonta antes de que podamos hacerlo nosotros… y a ver quién es el guapo que le discute después su derecho a ver lo que le de la real gana y por lo cual ya ha pagado. Se me ocurre que también en esto se tendría que establecer un protocolo del paciente, que evitara este tipo de abusos. Porque lo son.

Bien. Estaba con la pasta que le cuesta a cualquiera ingresar a un familiar o a un amigo en un hospital, ya que suelen ser los visitantes los que surtan de monedas al paciente —¡nosotros le tendríamos que pasar la factura a la Seguridad Social por eso! y no ellos a nosotros por lo que le cuesta extirparnos un apéndice, cuando a lo largo de nuestra vida, lo única cosa que nos ha extirpado ha sido la cartera mes a mes, con unas cuotas desorbitadas por unos servicios que no nos ha prestado— así que les pediremos vehementemente a tod@s ¡que ni se les ocurra ponerse enfermos! y así nos gastamos ese dineral en una buena cena donde de verdad se come bien: fuera de un hospital.

Decía… que además del ultraje a nuestro monedero para ver la TVE1 —que es gratis… bueno, gratis no, que ya la pagamos con nuestros impuestos— otra fuente de ingresos seguros para todo hospital, es el botín recaudado a expensas de los familiares y amigos que vienen a vernos —algunos más que otros, también es verdad— y que además de las monedas que espléndidamente nos obsequian, se toman un café… y otro… y una cerveza… y una coca-cola… y ya de paso nos dejan algunos litros de agua para que no nos tengamos que levantar. Y, naturalmente, como algunos vienen de lejos, pues se quedan a comer… en la cafetería del centro, donde con mucha suerte —pero, mucha mucha... aunque la suerte no existe, ¿verdad?— podrán dar buena cuenta de un menú distinto del que comen los pacientes ingresados. Por cierto, ¿por qué estarán diciendo siempre éstos que la comida de hospital es horrible? Cada vez tengo más claro, que esto es una confabulación para que nosotros no vayamos, porque donde no se come bien nadie vuelve, ¿o sí?

Ya sin blanca, preocupémonos del ambiente que se respira en la habitación… en cualquiera, la de nuestro abuelo por ejemplo. El anciano, que está ya más que harto de trabajar, pagar facturas y que encima le sableen sus hijos y nietos, solo aspira a encontrar un poco de paz ahora que está ingresado… lejos de los suyos. Pero el abuelo ignora lo mucho que le queremos todos, así que ¿cómo le vamos a dejar solo en este trance? Así que, sin ponernos de acuerdo en cuanto al régimen de visitas —algún día lo hará un juez— nos vamos en grupo todos a la misma hora. El abuelo fue un hombre que tuvo muy claro eso de hacer grande España, así que, en los ratos de ocio y siempre que no hubieran toros, se dedicaba a darle un disgusto de nueve meses a la abuela... Casi uno por año, hasta que la abuela descubrió que cuando no había toros había fútbol y cuando no, cualquier otra cosa... como un dolor fuerte de cabeza. Así que, la numerosa prole de 8 ó 9 hijos, con sus correspondientes, además de los pequeños —que los más grandes tienen otros planes— se van de acampada con el abuelo.
Los más madrugadores disfrutarán de unos momentos de paz con él, hasta que llegue la siguiente hornada de parientes, que al llegar entrarán en tromba gritando, apretujando y besuqueando a un hombre cuya piel no está ya para esos trotes y que si lo llega a saber antes, se hubiera metido en el río cada vez que le subiera la temperatura y la abuela anduviera cerca.
Los primeros visitantes deberían entonces marcharse para desahogar la habitación y permitir que los recién llegados puedan estar con el enfermo, pero como la familia, por lo general, sólo se ve en Bodas, Banquetes y Comuniones —¿lo pillan?— además de en nacimientos y defunciones —¡Ah, sí! También a veces en Navidad— y además hay tantas cosas que decir y sobre todo recriminar a los otros, estén o no estén presentes, pues ya que están casi todos, nada mejor que restregarse los problemas mutuos... solo porque quede claro: ¡Y qué! ¿Cómo estáis!¿Qué ha sido de la niña, que hace tiempo que no sé nada? —primero cordiales para confiar al enemigo y después entrar a matar— ¡Anda que me llamó para invitarme a la boda!¡Pues te llamó lo menos media docena de veces y no le cogiste el móvil y entonces te dejó unos recados en el buzón esperando que tú la llamaras…! —Ahora todo el mundo tiene móvil por eso, porque si no le interesa cogerlo siempre puede decir que lo tenía en silencio o fuera de cobertura porque estaba en un viaje por la sierra… El que llamó puede hacerlo con un solo timbrazo y después colgar sin dar tiempo a que le contesten, para que sea el otro quien responda a la llamada de un número que no conoce, —¡maldita curiosidad!— para encontrarse con alguien que sí conoce pero con quien hubiera preferido no tener que hablar —y encima pagando la llamada que el otro tiene un interés sospechoso en alargar indefinidamente con temas insulsos— y que resulta que cambió de número —y no lo se dio— y que prefiere que sus conversaciones las paguen otros— ¡Pues dile que al menos me mande una foto!... ¡Y el niño, otro que tal baila, que fue padre y me lo dijo a los catorce meses!… Acostumbra a suceder que el que más habla, es también el que lo hace más fuerte, por lo que al cabo de un rato, los inquilinos y familiares de las habitaciones vecinas, se asoman como por descuido, a ver qué pasa. Siempre la curiosidad.

Mientras se producen conversaciones muy parecidas a esta, en el fondo y en la forma, el abuelo se ha ido encogiendo entre las sábanas, no por el peso de los años, sino por el de la vergüenza ajena que está sintiendo, al tiempo que los familiares del paciente de al lado —dos como mucho, porque si nosotros somos ciento y la madre, ellos son siempre pocos y discretos, algo así como la familia ideal ¿a que es curioso?— no se pierden detalle de la escena, intentado disimular con frases incoherentes y vanas, el bochorno que están sintiendo en silencio —a veces alguno estalla y pide un poco de por favor— por cuanto acontece en la cama de al lado.

Al fin, aparece un guardia de seguridad —o una enfermera, a quien nadie le discute esa autoridad— que nos exige que hagamos menos ruido, acompañando la orden con la indicación de que solo pueden haber dos visitas por enfermo, mientras echa a la calle a las seis restantes, pidiendo un poco de respeto por el enfermo —en el lado opuesto, una amiga me comentaba recientemente los berrinches que cogía a causa de las enfermeras que muchos días entraban en la habitación gritando, mientras ella hablaba por teléfono o dormía, por lo que las invitaba a que fueran más respetuosas también con los pacientes… Ya vemos que esa falta de respeto invade los dos sentidos de circulación—. Y salen de la habitación sin ningún tipo de culpa, porque como alguna vez les he oído decir al salir, “dentro de un rato, cuando se haya olvidado, volvemos”. Se marchan casi todos a la vez, como vinieron, sin organizar un turno de visitas para la siguiente vez… si es que se llega a producir.
Dejan al abuelo más alegre que mientras estaban con él... y más avergonzado, porque por el rabillo del ojo nota como le miran con lástima sus convecinos, que seguramente se estarán preguntando en que tienda de gangas encontró una familia así.
Y después… ya fuera del horario de visitas...

…El silencio y la paz. Esos grandes desconocidos que tanto anhelamos cuando nuestra salud o estado de ánimo se hallan por los suelos.
Una vez solos los pacientes en sus habitaciones, cenados y medicados, sin otra obligación que la de entregarse al descanso profundo —y reparador de los estragos sufridos por las visitas de sus familiares más belicosos—, el turno de noche de una planta hospitalaria se prepara para una larga jornada. A las 12 hay que repartir el tentempié que ayudará a la tropa a pasar la noche sin hambre —un yogurt o un vaso de leche con galletas—, por lo que el trasiego de los carros, con los alimentos y con su característico soniquete a lata, nos despierta bruscamente del sueño más bonito que habíamos tenido nunca. ¿No podríamos haberlo soñado en casa, donde nadie nos despertaba? ¡A la porra el descanso! Ya sabemos que nos costará tres horas, por lo menos, volver a quedarnos dormidos. El vecino de al lado lo tiene mejor: ronca como un poseído… ese se duerme rápido, ya lo sabemos. Pero, honestamente, para ser sinceros con nosotros mismos, lo que nos gustaría de verdad, es que la enfermera, en vez de entrar con un fuerte taconeo pronunciando nuestro nombre con voz atronadora diciendo ¡José, venga, un yogurtito para que duermas mejor!, nos zarandeara suavemente en un brazo o mejor en la mano —hasta que tuviéramos que dejar de hacernos los dormidos, porque ya nos despertó el carrito— y nos dijera con voz melosa y susurrante José… ¿qué quieres, cariño, un yogurt o un vasito de leche con galletas? Y al comunicarle nuestras preferencias mientras se nos atragantaban las palabras, nos contestara: ¡Vale, cariño, ahora mismito te lo traigo… No te duermas todavía, que enseguida vuelvo! ¡Cuando lo que desearíamos sería dormirnos en ese momento! ¡En fin! Soñar despiertos también es una opción.

Y acabado el snack de medianoche, con un paciente aquejado de insomnio,… empieza el Gran Misterio. ¿Qué hace el personal de planta de cualquier hospital en el intervalo comprendido, más o menos, entre la 1 y las 6 de la madrugada, que es cuando llega el siguiente turno, con acompañamiento de fanfarrias en forma de grandes risas y sonido de tambores en los tacones de los zapatos? Porque no falla: las 6 de la mañana, es la hora del toque de diana en todos los hospitales. Haber dormido o no, es intrascendente. A esa hora ya no duerme ni el apuntador, aunque el médico le haya prescrito una cura de sueño...

Diferentes personas a lo largo de mis años, han coincidido en el relato de que además de cumplir con los protocolos de vigilancia y administración de medicamentos pautados a algunos de los ingresados —con mayor o menor diligencia, todo hay que decirlo, pero con gran profusión de ruido de voces, carros y zapatos en todos ellos— se lo pasan pipa… a juzgar por el coro de risas que se suelen escuchar cuando el silencio se adueña de la noche. Algo tendrá el agua cuando la bendicen. No es objeto de trueque el que, en vez de reír, se pongan a dormir, pero sí sería bueno que respetaran el sueño de los pacientes.
Descansar por lo tanto en un hospital, es imposible… pero sería deseable. Quizás por eso no deberíamos extrañarnos de que los enfermos al recibir el alta, salgan más desmejorados de lo que entraron y que de vuelta a casa coman como lobos y duerman como benditos.

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lunes, 5 de julio de 2010

Banderas de Libertad

Según una noticia que he conocido a través de Facua-Consumidores en acción, el Ministerio de Industria ha sancionado con 100.000 euros a Intereconomía por considerar ilícito un anuncio promocional de la cadena de televisión en el que se contraponía el día del Orgullo Gay con los "364 días de orgullo de la gente normal y corriente". El anuncio se emitió 273 veces entre el 22 de julio y el 17 de septiembre del pasado año.
La sanción, contra la que Intereconomía puede presentar alegaciones, ha sido impuesta por la Subdirección General de Medios Audiovisuales al considerarlo una infracción "grave" que vulnera el artículo 8 de la ley que incorporó al ordenamiento jurídico español una directiva comunitaria relativa al ejercicio de actividades de Radiodifusión Televisiva.
La normativa establece que la publicidad televisiva no puede atentar contra el debido respeto a la dignidad de las personas o a sus convicciones religiosas y políticas ni discriminarlas por motivos de nacimiento, raza, sexo, religión, nacionalidad y opinión.
Esta sanción es el resultado del expediente iniciado por el Ministerio de Industria el pasado mes de enero a petición de un particular, canalizado a través del Consejo Audiovisual de Andalucía.
Hasta ahí la noticia. Desde mi punto de vista, procedente. Diría más: absolutamente procedente. Y esperaría incluso, que la ley estuviese tan bien definida, que no quedara un resquicio por el que las argucias de los abogados pudieran encontrar el modo de escaparse a esa condena.
Verá. Como no tiene la obligación de saberlo, porque este territorio virtual es inmenso y usted puede estar en cualquier lugar del mundo, le diré que durante veinticinco maravillosos años me he dedicado profesionalmente a la radio. Pues bien, la máxima que me guió durante ese tiempo, fue siempre la del respeto a mis oyentes, que en definitiva eran una representación del resto de la sociedad. Como profesional de un medio de comunicación, tenía y sigo teniendo —aunque ahora no ejerza— la convicción de que quienes desarrollamos nuestra profesión detrás de un micrófono, de una cámara o con una pluma en la mano, estamos OBLIGADOS a respetar a las personas a quienes nos dirigimos —muchas veces sin siquiera saberlo— e incluso a aquellas que no nos prestan su atención.
Mi dogma fue y será siempre, que el púlpito desde el que nos dejan comunicarnos con las personas que nos oyen, ven o leen, no puede ni debe ser utilizado para vilipendiar a nadie, especialmente por razones de sexo, credo o raza… O por cualesquier otras razones. Diría, ya de paso, que lo mismo vale para el púlpito de las iglesias.
La comunidad gay, como la heterosexual —añada cuantas tendencias sexuales se le ocurran— o cuantas comunidades más quiera añadir a este recuento, son parte del mundo en que vivimos. Si delinquen forzando a las personas o a las cosas de las personas, o agreden al medio ambiente, deben ser juzgados y condenados según la ley que corresponda… pero lo que no debemos admitir, es la incitación homófoba contra un colectivo por el simple hecho de que no no guste y sirviéndonos además, de un medio de comunicación de masas cuyo propósito, ni es ese, ni se le debe permitir que lo sea. De manera aviesa, me atrevo incluso a sospechar que más gente de la que nos imaginamos, oculta bajo estos ataques sus verdaderas preferencias sexuales, que son exactamente las mismas, quizás como forma de pasar inadvertid@s. Pues nada, a manifestarse también cuando toque, pero pacíficamente.
Por lo general, quienes estuvieron largo tiempo ocultando su verdadera naturaleza sexual, manifestaron haber encontrado un gran alivio al dejar de esconderse. Por otra parte, ya no hay forma de esconderse de nada… El Gran Hermano lo ve todo —por supuesto, no me refiero a esa cutrez de televisión a la que solo van los desocupados con pretensiones de dar el cante, o la nota si lo prefiere, al tiempo que sacarse una pasta— y cualquier día, una redada, la foto de un radar, una revuelta callejera filmada por la policía o la cámara de un banco en el que están robando los xorizos de turno, que acaban siendo los protagonistas de todos los telediarios, mientras una pareja de personas del mismo sexo pasan por delante haciéndose arrumacos. Y créanlo: la abuela, la madre, el amigo… que nunca ven a Matías Prats, le ven y le escuchan atentamente ese día de principio a fin. Y por si alguien se pierde algo, cuelgan el vídeo en Youtube.
En definitiva: seamos más respetuosos con los demás, de los que también formamos parte cuando son otros quienes nos acusan de algo, aunque sea otra cosa. Todos somos parte de los demás de los demás, como describía magistralmente Alberto Cortez en su canción cuyo título no voy a repetir más.
Y como estamos en plena canícula y no tengo cosa mejor que hacer que escribir, me he puesto a indagar por ahí —o sea, por aquí, por Internet— y vea lo que he encontrado. Después he abierto el Photoshop y he ‘emparejado’ las fotos. ¿Qué diferencias y similitudes ve usted?
¿Ya? ¿Ha hecho los deberes? ¿Y qué ha visto?
Pues le diré lo que veo yo.
La foto de la izquierda —en blanco y negro y galardonada con el Premio Pulitzer— representa la toma del islote Iwo Jima (Japón, 1945) en plena Segunda Guerra Mundial por soldados norteamericanos, que plantan la bandera atada a una cañeria… La segunda foto es, obviamente, una alegoría gay sobre la primera, que vendría a significar algo así como la conquista de la cumbre del rechazo y la marginación, que también produce muertes.
Veo a unos hombres —que podrían ser mujeres o podrían ser hombres y mujeres— simbolizando con algo tan representativo como una bandera, el orgullo de la victoria tras dos arduos años de guerra y muertes (foto izquierda); veo a cuatro personas pidiendo respeto, sin violencia (foto derecha).
La bandera izquierda representa a un pueblo, el norteamericano. La bandera derecha representa a un numeroso colectivo, el de gays y lesbianas, de todas las nacionalidades, razas y credos.
En las dos imágenes veo el mismo esfuerzo por lograr un objetivo.
Los primeros tuvieron que matar para poner esa bandera… los segundos son ejecutados en algunos países y despreciados en la mayoría por izar la suya.
Pero si me pide que sintetice en pocas palabras el significado de lo que veo en las dos fotos, le diré que sólo veo a varias personas ufanas por haber alcanzado una victoria… aunque la segunda pueda parecer utópica.
¿Son heteros los primeros? ¿Son gays los segundos? ¡Y qué! ¿No ponen el mismo esfuerzo para dejar una huella de su paso y pedir respeto?
Y si no estuviéramos cargados de prejuicios, ¿qué diferencia veríamos entre unos y otros?
Lo paradójico del asunto, es el conocido dicho ‘para gustos, colores’… Los gays y lesbianas han escogido una bandera cuyos colores son todos los del arco iris. ¿No es esa una forma de decir que ell@s lo respetan todo? ¿Y nosotros por qué no?
Para documentar en parte este artículo, diré que los datos históricos sobre la Batalla de Iwo Jima, los he tomado prestados de la web http://historiamundo.com/ y de un fantástico relato de Joaquín Toledo.

Si quiere abundar en esta batalla, le recomiendo dos pelis de Clint Eastwood que podrá encontrar en el videoclub: Cartas desde Iwo Jima y Banderas de nuestros padres. Ambas retratan esa batalla en la que murieron 7.000 soldados norteamericanos y 20.000 soldados japoneses. La primera ofrece la perspectiva del bando japonés y la segunda la del bando norteamericano… Siempre es bueno poder tener dos puntos de vista. ¿No?




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domingo, 4 de julio de 2010

Jolín, con el señor Slim.

No vive mejor quien más tiene, sino quien menos necesita, se acostumbra a decir, principalmente por los que no tienen nada. Está claro que el dicho va ligado al dinero.
En este sentido, Carlos Slim, persona a quien por supuesto no conozco, es un hombre doblemente afortunado: porque es el que más tiene y el que menos necesita, ya que él, mexicano, saca adelante su vida cotidiana con un sueldo mensual de 300.000 pesos... Teniendo muchísimo más.

Vale. Para que nadie tenga que ir por ‘ahí’ buscando ahora un conversor de moneda, ya he hecho yo los deberes. Esa cantidad que gasta todos los meses el señor Slim (a quien me gustaría conocer), equivale a 24.000 dólares. Y ya que estoy en el viejo continente, diré que sólo son 19.553 euros. Parece que la cifra va bajando… Pues nada, convirtámosla en 3.253.345 de las antiguas pesetas. ¿A que mola? Y si alguien utiliza otra moneda, tendrá que hacer sus propios cálculos, porque yo tengo que dejar las Matemáticas (no en vano soy de Letras) para acabar este artículo, que es domingo y me espera una suculenta paella.
Pero para echarles una mano, les diré que hay una herramienta fantástica para eso (no, no... para la paella no, para convertir moneda), que hasta que el link se rompa por la avalancha de visitas con deseos de saber, está en http://www.viajar.com/servicios/conversor/ y aunque pueda parecerlo, mi apunte, ni es ni pretende ser publicidad subliminal.

Bueno, a lo que íbamos. ‘Esto es una indecencia’, dirán algun@s… ‘Gana más que un político’, dirán otr@s.
Vayamos por partes, que diría Jack el Destripador’ (la frase no es mía, pero creo que viene a pelo). Si consideramos la pensión de una viuda o de un parado (en España, por ejemplo), esa cifra da envidia malsana (a la viuda y al parado, por supuesto).
Si consideramos el sueldo, unido a los trapicheos de muchos políticos, que tod@s sospechamos, pero nadie puede probar… salvo la justicia en ocasiones (así le ha ido a Garzón), la envidia la sentiría… ¿Quién? El señor Slim, por descontado.
En su país, el salario mínimo es de 4.000 pesos - 333 dólares – 271 euros – 45.091 pesetas... (¡Si es que no puedo dejar de echarles una mano! Me comeré la paella fría) ¡Al mes!
¡Jolín, con el señor Slim!


Bueno, pues este señor, el más rico del mundo, más rico aún que Bill Gates, tiene una fortuna valorada en 53.500 millones de dólares (sí, con 'm' de muchos, para dejarlo claro; el 6% del Producto Interior Bruto de México) según la famosa lista para 2010 de la revista Forbes, que sigue empeñada en restregarnos por las narices, el mucho dinero que tienen unos pocos… A ver cuando hace una tirada de una edición especial con la lista del poco dinero que tenemos muchos. Sugiero que sea una edición exclusivamente digital, para no castigar más la Cuenca del Amazonas con la tala de árboles para el papel que sería necesario. O a ver cuándo en la tele, en vez de adormecernos un día sí y otro también, con programas en que sólo cuentan las frivolidades, infidelidades y sandeces de los quiero y no puedo y de quienes viven a sus expensas, como Belén Esteban… (Con lo que gana por programa, esta sale un día en la lista, fijo), nos enseñan uno por uno el día a día y cómo viven esta gente de ensueño que son los ricos, para que nos cuenten sus secretos y podamos al menos llevarlos a la práctica. Creo que hay ricos para mostrarnos uno por cada día del año, pero si se acaban, que vuelvan a empezar... Esto interesa a la audiencia, seguro. Siempre he creído que eso de ser rico tiene truco, aunque aún no lo he descubierto.

Volviendo a nuestro conversor de moneda favorito, el señor Slim cuenta su fortuna en 43.586 millones de euros. Y en pesetas ya ni lo intento, porque eso son muchas pesetas (aunque yo no las haya visto ni en mi vida… Ni en mis mejores sueños) y las calculadoras convencionales suelen colgarse cuando metes muchos ceros en las multiplicaciones, pero si lo quieren probar…

Yo ya estoy mareado ante las cifras, así que me voy a hacer un favor: centrarme en lo que el señor Slim se gasta cada mes. Tan sólo 24.000 dólares. 19.553 euros. 3.253.345 pesetas. Ya está. Y ahora viene la pregunta: ¿Por qué gasta tan poco, pudiendo gastar tanto?
¡Ah! Misterios del comportamiento humano, aunque su biógrafo (siempre hay un biógrafo detrás de un hombre tan rico, ¿habrá también una mujer inteligente? Sí, estoy convencido) asegura que el señor Slim es enemigo de la ostentación y la extravagancia y que casi todo lo que consume es producto de sus empresas. Utiliza ropa diseñada por una de sus cadenas de establecimientos y consume lo que venden el resto de sus cadenas comerciales. Y a veces, solo a veces, según su biógrafo, se permite ostentaciones como vestir un traje marca Brioni (¿mandeee?) y un reloj Cartier de las versiones más sencillas (el más barato que he visto, cuesta 2.099 dólares - 1.710 euros. Téngase en cuenta la fecha de este artículo, por lo del cambio de divisas y fluctuación de la moneda, además de esas otras cuestiones sobre las que nada entendemos y que nos darían igual si no nos afectaran tanto al bolsillo). He tardado más en encontrar el reloj ‘sencillo’ con su precio ‘sencillo’, que en decidir que no ‘lo quiero’. Con ese dinero, le pueden estar comprando pilas al mío hasta mis herederos (a quienes se lo pienso dejar) y además, últimamente miro más la hora en mi móvil, del que nunca me despego, que en el reloj que nunca me pongo.
Pero muy bien por el señor Slim.

Según el biógrafo de marras, que ha escrito el libro ‘Carlos Slim, retrato inédito’ (Editorial Océano, 2010), («hay que sacar pasta, aunque sea escribiendo sobre los que teniéndola no se la gastan»… Esto lo digo, yo, ¿eh?) Mr. Slim es la antítesis de los magnates que posan para revistas de la 'jet set'. “No lleva joyas ostentosas ni otros objetos de lujo"… No tiene aviones personales y regularmente utiliza un avión y un helicóptero de Telmex (una de las principales compañías de telefonía en México, de la que es dueño, por supuesto, si no, ¡de qué! le iban a dejar usar su avión), "y se transporta en un vehículo Mercedes Benz o en una camioneta (4x4) Suburban". Bueno. ¿Alguien pensó que se trasladaría por carretera en un utilitario cuyo precio no pasa de los 1.000 euros...? Pues yo sí. ¿Y qué?
¡Caramba con el señor Slim! Lo de que no tenga un avión privado sí que me ha ganado el corazón.

Pero, lo que de verdad convierte al señor Slim en una persona fuera de lo común, es que haya destinado el 25% de su fortuna a obras benéficas, a través de sus fundaciones. Sin embargo, he estado haciendo unos números, así por encima, y creo que aún podría dar un “poco” más. Bastante más, añadiría.
Según el biógrafo (¡bueno, va! diré su nombre: se llama José Martínez y es escritor y periodista) que ha escrito un libro sobre este rico singular, en las empresas de Slim se ha producido un relevo generacional y ha dejado la dirección y gestión a sus hijos, yernos y sobrinos… mientras él se ha centrado en sus actividades filantrópicas.
¡Ah, no! Eso es lo que no veo claro. A los hijos y yernos no hay que dejarles la fortuna que uno ha amasado sin su ayuda durante toda una vida. ¿Cómo era aquello que dijo Jesucristo…? ¡Ah, sí! “No le des un pez porque sólo comerá hoy; enséñale pescar y comerá toda la vida” (quizás no sabía cómo estarían los mares y océanos 2.000 años más tarde... O sí, yo qué sé... ¿Pero cómo les iba a dar ese disgusto a sus apóstoles, la mayoría pescadores? Aunque bueno, hubiera dado lo mismo, porque la mayor pesca estaba por llegar...)

Pues eso. Si mi amigo Slim le deja al morir toda su fortuna a la familia, la dilapidarán sin esfuerzo porque no saben lo que costó ganarla. Sin embargo, si reparte ‘todo’ lo que tiene entre los 40 millones de pobres de su país y a su familia le enseña cómo volver a ganar una fortuna tan grande como la suya, como son más (más gente, digo) multiplicarán esa cantidad en pocos años y podrán a su vez seguir repartiendo entre los más de 100 millones de pobres del futuro (de pronto he recordado el cuento de la lechera), porque, lo juro por Snoopy, esto de la pobreza crece exponencialmente. Mientras más rico es alguien, más pobres son las gentes que viven en su entorno, aunque de tanto en tanto, se beneficien de las migajas que caen de la mesa en la que come.

Pero, ¡oído cocina! Este hombre exclusivo (que ya está en la lista… de mis personajes favoritos, aunque todavía no tenga su email), ha rechazado que con su actividad filantrópica busque mejorar su imagen y ha insistido en que uno de sus principales objetivos es combatir la pobreza no sólo por motivos humanitarios, sino porque las empresas son más rentables cuando se eleva el poder adquisitivo de las personas.
¡Toma… Ya! Lo sabía. Sabía que Zapatero se equivocaba al bajar nuestro poder adquisitivo con medidas como la congelación de salarios o el aumento en 2 puntos porcentuales en el IVA desde el pasado 1 de julio.
Presidente: tiene que hablar con Mr. Slim.
¡Ya! Usted puede.

http://www.elmundo.es/america/2010/07/03/mexico/1278165800.html


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